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28 Junio

Maria Mitchell, pionera de la astronomía

Por Quique Royuela

En el siglo XIX, cuando las mujeres apenas podían acceder al conocimiento, Maria Mitchell alzó la mirada más allá de las normas sociales y descubrió un cometa que cambiaría su vida. Fue la primera astrónoma profesional de Estados Unidos, una pionera que unió ciencia y activismo, educación y rebeldía, telescopios y coraje. Esta es la historia de quien demostró que el cielo no tiene dueño, ni género.

A veces, para descubrir un cometa, primero hay que romper unas cuantas órbitas sociales.
Corría el año 1847 cuando una mujer estadounidense, con un telescopio prestado, los pies firmes en el tejado de su casa y la mirada en el cielo, vio lo que otros —con más medios, pero menos perseverancia— no habían visto: una estela fugaz que surcaba la bóveda celeste. Así fue como Maria Mitchell, bibliotecaria de día y astrónoma autodidacta de noche, descubrió su primer cometa. Y con él, su lugar en la historia.

No era solo una hazaña científica. Era un desafío directo a un sistema que reservaba el universo, literalmente, para los hombres. El descubrimiento le valió una medalla de oro de parte del rey de Dinamarca (quien, como buen aficionado a los astros, premiaba a quienes descubrieran nuevos cometas). Pero, más allá del brillo del metal, lo que realmente empezó a brillar fue su nombre: el de la primera astrónoma profesional de Estados Unidos.

Maria Mitchell en La Extraordinaria liga de la ciencia
Maria Mitchell en la colección de cromos de La Extraordinaria liga de la ciencia

Una infancia entre telescopios y convicciones

Maria Mitchell nació en 1818 en la isla de Nantucket, Massachusetts. Era la tercera de diez hijos en una familia cuáquera, y eso, en cierto modo, la salvó. A diferencia de otras confesiones religiosas, los cuáqueros creían en la educación igualitaria. Maria aprendió matemáticas y astronomía con su padre, un apasionado observador del cielo que trabajaba como maestro y astrónomo aficionado. La educación era parte del aire que se respiraba en su casa.

De pequeña, Maria pasaba horas observando los astros desde la buhardilla. En una isla donde el cielo era amplio y la vida, austera, las estrellas ofrecían una forma silenciosa de rebeldía. Mientras otras niñas aprendían costura, ella aprendía a calcular eclipses. Su padre le enseñó a registrar los tránsitos de Venus y a cronometrar los movimientos lunares. Lo que empezó como una actividad compartida, pronto se convirtió en una vocación.

A los doce años, ya ayudaba a su padre en la corrección de cronómetros marinos, esenciales para la navegación. A los diecisiete, abrió su propia escuela para niñas. Y a los dieciocho, fue contratada como bibliotecaria en la Nantucket Atheneum, un cargo que mantendría durante veinte años. Allí, entre libros y mapas celestes, construyó su universo personal.

El cometa que lo cambió todo

La noche del 1 de octubre de 1847, Maria subió al tejado de su casa, como hacía tantas veces. Pero aquella noche, algo brilló de forma distinta. Con su telescopio de 7,5 centímetros de apertura —humilde para los estándares astronómicos—, divisó un objeto celeste que no aparecía en ningún catálogo estelar. Era un cometa. Uno nuevo. Uno suyo.

Lo registró meticulosamente y avisó por carta a la Academia de Ciencias. Había una carrera silenciosa en juego: el italiano Francesco de Vico también había observado el mismo cometa, aunque unos días después. Finalmente, Maria fue reconocida como la verdadera descubridora. Y el cometa pasó a llamarse oficialmente C/1847 T1, pero fue apodado «el cometa de Miss Mitchell».

La hazaña no fue menor: en aquel tiempo, descubrir un cometa era una de las formas más prestigiosas de hacerse un nombre en astronomía. Para una mujer, era un acto doble de ciencia y desafío. El premio llegó desde Europa: una medalla de oro del rey Christian VIII de Dinamarca, quien ofrecía ese galardón a cada nuevo descubrimiento astronómico notable.

Maria Mitchell se convirtió en una celebridad científica. Pero no perdió su propósito: hacer del conocimiento una herramienta para el cambio.

Una mujer entre hombres… y estrellas

Tras su descubrimiento, fue nombrada miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, y más tarde, de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia. Era la primera mujer en ambas instituciones. Lo logró no a pesar de ser mujer, sino siendo plenamente mujer y plenamente científica.

En 1865, fue contratada como profesora de astronomía en el recién fundado Vassar College, una institución pionera en la educación femenina. Allí impulsó un modelo pedagógico que hoy consideraríamos revolucionario: clases prácticas, observación directa del cielo, discusiones abiertas. No creía en la memorización, sino en la pasión por el conocimiento. Para Maria, mirar el cielo era una forma de aprender a mirar el mundo.

En una de sus frases más célebres dijo:
«No nos convertimos en astrónomos sentándonos en un escritorio y leyendo libros. Lo hacemos mirando hacia arriba».

Bajo su dirección, el observatorio de Vassar se convirtió en uno de los mejores del país, y sus alumnas —formadas en ciencia, pensamiento crítico y autonomía— fueron semilla de futuras generaciones de mujeres científicas.

Ciencia y conciencia: una activista de las estrellas

Pero Maria Mitchell no solo fue astrónoma. Fue también una activista por los derechos de las mujeres. Luchó por el sufragio femenino, se negó a aceptar un salario inferior al de sus colegas varones, y denunció la exclusión de las mujeres en las sociedades científicas. En 1873 cofundó la Asociación Americana para el Avance de la Mujer, desde donde impulsó la presencia femenina en la ciencia, la política y la cultura.

Su vida fue una constante contradicción para los cánones de la época. No se casó, no tuvo hijos, viajó sola, escribió, enseñó, observó y opinó. En una carta escribió:
«La educación no es el adorno de una dama, sino el deber de una ciudadana».

Maria Mitchell comprendía que el telescopio y la voz eran herramientas de cambio. Sabía que el conocimiento científico debía ir de la mano de la transformación social, y que mirar las estrellas no tenía sentido si al bajar la vista, seguíamos ignorando las injusticias de la Tierra.

Un legado que sigue brillando

Maria Mitchell murió el 28 de junio de 1889, pero su legado no se apagó. Hoy, el cráter Mitchell en la Luna lleva su nombre. También lo hacen varios colegios, asociaciones científicas, premios y hasta un asteroide: 1455 Mitchella.

En Nantucket, su casa se ha convertido en un museo y observatorio astronómico dedicado a su memoria y a la divulgación científica. Y en cada niña que hoy mira por un telescopio sin que nadie le diga «eso no es para ti», hay un poco de ella.

Maria Mitchell no fue una excepción, sino una apertura. Una grieta en el sistema. Una brújula para generaciones de mujeres que, como ella, entendieron que el cielo no es un techo, sino un espejo de lo posible.

Es una de las grandes pioneras de la historia y consiguió que el cometa que ella misma dscubrió llevara su nombre (Miss Mitchell's Comet o C/1847 T1). Observación esta por la que fue condecorada por el rey Federico VI de Dinamarca, lo que le dio reconocimiento mundial.

Defensora incansable de la igualdad de derechos y oportunidades en todos los ámbitos de la sociedad, con sus logros abrió las puertas a muchas mujeres para las que entonces la educación, la ciencia o el entorno laboral era una utopía.

Se convirtió en la primera profesora de astronomía en Estados Unidos y también fue la primera mujer emiembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias.

 

Más información:
«Las calculadoras de estrellas». Estrella Moral. Principia. 6 de junio de 2019

«Intrépidas», la serie de tebeos de PRINCIPIA sobre pioneras de las ciencias.